Desde México…Grupo Sol Azul
Sol Azul es un grupo de contadores de cuentos con cinco años de trabajo bajo la dirección de Moisés Mendelewicz. Este grupo hizo su formación en Río Abierto, dentro de un sistema de terapia psicocorporal para el desarrollo humano. Aparte de prepararse como narradores, se hace un trabajo personal de crecimiento interno. Sol Azul lleva más de tres años presentándose en el Museo León Trotsky, y cuenta con una intensa trayectoria en diversos escenarios de la ciudad de México y del extranjero, como Cuba y Perú.
Los miembros de Sol Azul conjugan la fuerza de la palabra con el movimiento corporal para transmitir historias vivas de todos los tiempos a niños, jóvenes y adultos. Ellos son: Carolina Velásquez, Rosaelena Barrientos, Marielena Carvajal, Elisabeth Siefer, Jennifer Boni, Victoria Rodríguez y Francisco Ibarlucea, quienes en este artículo nos comparten su experiencia.
Por qué nos escoge el cuento
Si como bien dice Steve Sanfield, narrador y poeta, “El contador de cuentos excepcional no sólo conoce el cuento de arriba a abajo, sino que sabe todo del cuento a través de su experiencia”, para el grupo “Sol Azul” los cuentos se cuentan desde la esencia del contador de cuentos, es decir, desde lo que cada quien es.
Desde esta óptica, Moisés Mendelewicz dice que los cuentos se cuentan contándose uno mismo a la vez. “Todos los cuentos deben estar conectados con la historia personal de cada narrador para así llegar al alma de los demás y producir ese momento hipnótico, único e irrepetible que se da en una sesión de cuentos contados”. Para Moisés “la elección del cuento es un acto muy personal. El cuento lo elige la persona que lo va a narrar y de preferencia debe ser un cuento que le haya impactado, que le haya conectado con algo de su ser”.
El cuento a través de nuestra experiencia
Carolina dice que escoger el cuento que quiere contar le lleva tiempo. “Creo que logro decidir cuál es cuando algo de la historia —los personajes, la época, el lugar, el tema— se conecta con una fibra interna mía. Mientras este momento no llega, puedo leer un libro u otro distraídamente sin que nada llame mi atención”.
En su experiencia, “esta conexión, quizá mágica”, se relaciona en gran parte con dos situaciones: estado de ánimo y el momento en que vive.
Le sucedió con “La mujer del juez” de Isabel Allende, donde la autora entrelaza crueldad, ternura y muerte a través de narrar la vida de un bandido y su primera y única entrega amorosa en los brazos de una mujer momentos antes de morir. “Debo reconocer que, a veces, los cuentos llegan como un regalo: la recomendación de alguien, un paseo por una librería, el encuentro casual de un texto cuando sacudo el librero”, comenta.
María Elena, por su parte, expresa que desde niña le gustaron y aprendió los cuentos que le dejaban huella por su mensaje. “Me encantaba que al final los personajes buenos recibieran su recompensa y los malos su castigo”.María Elena se enamoró del lenguaje. “Siempre me han gustado las palabras diferentes, el uso de sinónimos, de palabras domingueras, y de imágenes evocadoras” .Uno de sus autores favoritos es Ray Bradbury, al que conoció por sus cuentos de ciencia-ficción. También le atraen los cuentos orientales, con su magia y su misterio. “Las leyendas que leí de niña, como las leyendas chinas y las leyendas mexicas, me llenaron de fantasía. Así que escojo para contar cuentos hermosos, con palabras e imágenes poco comunes que me llevan al lugar descrito por el autor o por la tradición oral que recogió los cuentos, como Las mil y una noches”.
Rosaelena dice que los cuentos que narra están profundamente ligados a su estado de ánimo o a una experiencia significativa en su vida. “Hay cuentos que con sólo escucharlos una vez quedo totalmente atrapada, como en el caso de ‘Hoy es hoy y mañana es mañana’, que refleja el ingenio de los mexicanos para engañar a la muerte”.”Los hombres del mar”, de Mónica Lavin, es un cuento que le agrada por el papel que juega la mujer en la tradición de los marineros. “Habla de la mala suerte que puede traer una mujer en un carguero frente a la enorme paradoja de que todos los cargueros llevan por nombre el de una mujer”.
Francisco escoge leyendas, él es historiador; guía recorridos culturales por el centro de la ciudad de México. “A mí me hubiera gustado vivir en la ciudad en el siglo XVI, en la época virreinal. Amo mucho la ciudad, conozco sus recovecos y sus callejones. Contar leyendas es como revivirla, reinterpretarla, rehacerla”. Francisco dice que al hablar de las casonas antiguas y de quienes las habitaron, “una parte mía se convierte en conde, en fantasma, en juglar; y lo comparto con la gente, porque siento que tengo en común muchas cosas con esos personajes”.
El cuento, mi propia historia
Al preparar el cuento, el narrador en ocasiones le da volumen al malo de la historia, a veces a la víctima, o al héroe, todo depende del momento emocional en que esté. Victoria expresa: “al anciano sabio le pongo el nombre de un maestro que me ayudó mucho y a la bruja el nombre de alguien que me hizo la vida de cuadritos. Me identifico especialmente con el cuento de Isabel Allende titulado ‘Clarisa’, una mujer muy buena a los ojos de la sociedad, pero que tuvo una vida sexual oculta que se descubre a su muerte”.
Moisés dice que hay muchos personajes en los cuentos que elige que le recuerdan personas. “Es como una manera de tener cerca a personas que están lejos de mí, porque esos personajes corresponden exactamente con gente que yo conozco”, comenta.
Carolina menciona cómo escoge cuentos relacionados con su personalidad o algún rasgo de ella. “Generalmente con el espíritu sensual y aventurero que reconozco vive en mí desde hace muchos años”.
Esto le sucedió con la leyenda de tiempos de la Colonia “La mulata de Córdoba”, con “La vendedora de nubes” de Elena Poniatowska y Magda Montiel, y con “Simbad el marino”, de Las mil y una noches. “Con estas historias reencontré algo de mí misma que ahora disfruto y no quiero abandonar”.
A María Elena le atraen los cuentos que plantean un dilema, muchas veces un dilema moral. “Me gusta cuando su solución no es radical: lo bueno no es blanco y lo malo no es negro, no, sino que ambas posiciones, y a veces una tercera, tienen pros y contras, y es el oyente quien debe decidir y tomar partido. Ejemplo de ello son La Tía Clemencia y La Tía Mary, del libro Mujeres de Ojos Grandes, de Angeles Mastretta”.
A Rosaelena le atrapan los cuentos de mujeres para mujeres, “especialmente donde brilla su astucia, su fuerza y su ingenio”. El proceso de escoger y contar un cuento a veces es tan fuerte que hay cosas que no se pueden decir. Tan importante es lo que se habla como lo que se calla, y por qué se calla.
María Elena, por ejemplo, no ha podido contar “Historia de una madre”, de Hans Christian Andersen. “En este relato, la muerte le arrebata su hijo a una madre, y ella pasa grandes penalidades tratando de recuperarlo”. María Elena sufrió la muerte de un hijo, por lo que el cuento “me despierta emociones todavía demasiado fuertes para exponerlas en público”.
Escoger el cuento es ponerse en contacto con una parte interna que sale a la luz; es, también, ser consciente de la intención: qué se quiere decir con él y a quiénes.
Francisco, por ejemplo, a través de sus recorridos con leyendas busca reconstruir en la gente el contacto con la ciudad. “Elegí dar recorridos de leyendas porque estoy convencido de que la cultura y la historia son la esencia fundamental del ser humano, porque es una manera de acercar a los habitantes de la urbe a sus raíces, guiarlos a la ciudad original, a una ciudad menos agresiva, a la del periodo virreinal, que si bien no fue una época tan ideal, es desconocida para muchos. Me gusta conducir recorridos culturales porque mediante la representación y narración de sucesos se logra acercar a los jóvenes lúdicamente al patrimonio oral y arquitectónico de nuestra ciudad, y así se van adentrando en el arte, en la cultura, en la historia”.
La interacción con el público
Al contar un cuento, el narrador crea con el público un espacio de interacción único que es nuevo cada vez.
Francisco expresa que cada narración es irrepetible. “Aunque yo cuente el mismo cuento, nunca va a ser la misma temperatura, ni el mismo día del año, ni con los mismos niños o adultos…el que está tosiendo atrás, el ruido del avión que pasa, el olor a café, todo le imprime un sello original a cada experiencia. Y yo, como narrador, no soy el mismo de una función a otra”.
Cuando el contador de cuentos ha introyectado su relato desde lo profundo, refleja su emoción al auditorio. Como comenta Victoria: “Cuando cuento un cuento desde dentro, que lo vibro, las reacciones del público son inesperadas, mágicas”.
Elisabeth, nuestra compañera alemana radicada en México, comparte cómo la narración de un cuento con un público internacional le ayudó a asumir su identidad. Nos dice: “A mí me avergonzaba que los soldados alemanes invadieran otros países. En 1961 estudiaba en España, y cuando mis amigas del colegio me pedían que cantara una canción de mi tierra, yo no podía. Escondía mi identidad”. 30 años después, cuando ya era narradora, un amigo mexicano le habló con entusiasmo de un cuento de Heinrich Boll titulado “No sólo en navidad”. “El cuento habla de la guerra en forma sarcástica, pero está escrito de modo tal que uno no sabe si llorar o reír”. El cuento es una crítica feroz de la restauración en la República Federal Alemana. Elisabeth lo contó en 1991 en un festival en La Habana. Era el tiempo de la guerra del Golfo. “El público se compenetró tanto con la narración que yo sentí que me siguió en todo momento. Tan fuerte fue la interacción entre el público y yo que me olvidé del tiempo que tenía destinado a narrar, dejé el escenario 20 minutos después”. Lo más importante de esa experiencia “fue que pude presentarme con algo de mi propia tradición, pude ser la alemana que soy, sin bajar la mirada. El cuento así contado me hizo asumir mi identidad”.
Rosaelena habla del impacto inesperado que tuvo un cuento que ella preparó. “Estábamos en el Festival Internacional de Narración Oral ‘Primavera de Cuentos 2006’ en Cuba y presentamos una función de cuentos eróticos. Yo había preparado el cuento Azafrán, de Anais Nin, que trata de la relación de una chica con un hombre mayor, con el que se casa”. Para Rosaelena era un cuento muy romántico, en el que destacó el esfuerzo de la protagonista por cocinar para su esposo sus platillos favoritos. “Sin embargo, cuando narré este cuento en Cuba la parte romántica se volvió irrelevante para una persona del público que se me acercó. Me comentó que lo que más le impactó fue la relación erótica de la criada negra con el amo de la casa”.
Es importante señalar cómo el mismo público, con sus comentarios, muchas veces destaca partes del cuento que el narrador había pasado de largo, y eso enriquece la visión del narrador.
Los cuentos de mi cuento
El proceso de preparar un cuento es complejo porque el narrador entra en contacto con su mundo emocional. Como dice Victoria: “Es semejante al momento en que se cuece un pastel. Los ingredientes se han mezclado, pero no se sabe qué pasa en el horno. Cuando preparo un cuento, todas mis emociones están en ebullición, entretejidas”.
Jennifer describe esta experiencia recurriendo al concepto jungiano de Sincronía. Nos dice: “La sincronía es un concepto muy utilizado en la psicología junguiana. Dicho de manera muy sencilla, la sincronía es cuando algo interno, que te está sucediendo, se conecta (como mágicamente) con algo externo… y aparece un cuento; un cuento que trae escondido algo tuyo.
El mensaje, sin embargo, no siempre es claro. La mayoría de las veces, no entendemos por qué un cuento nos atrapó, simplemente, sentimos que tenemos que contar ese cuento. El inconsciente sabe la razón y será tarea de nosotros descubrirla. Al contar el cuento, uno va descubriendo por qué lo eligió, y lo inconsciente se va haciendo evidente. Se hacen claras las conexiones entre el cuento y lo que te está sucediendo a nivel personal. Dicho de manera coloquial: ‘nos cae el veinte’. Por otro lado, para que el cuento tenga más efecto sobre este proceso personal se puede contar con una intención. Esta intención no tiene por qué ser evidente para el público. Esto es, cuando yo cuento mi versión de Caperucita Roja, hay un motivo, secreto, que únicamente yo entiendo. Así que al decir ciertas frases o al hacer ciertas descripciones, estoy conectándome con esa intención interna. Contar el cuento con esa intención en mente ayuda a sanar.”
Moisés habla de cómo cada cuento que prepara se relaciona con su vida. “Yo me cuento a través de los cuentos que estoy contando. Por eso también durante mucho tiempo llamaba a los espectáculos de narración oral que yo hacía ‘Los cuentos de mi cuento’”.
Moisés comparte lo que esto significa: “Cuando preparo un cuento nuevo estoy solo en mi casa y en ese momento a nivel emocional me están pasando cosas. Si estoy triste, si estoy enojado, si tengo un problema de salud, todo eso se refleja en la versión oral que yo hago del cuento, porque yo permeo el cuento con mis vivencias. Cuando tiempo después vuelvo a contar ese cuento, regreso al texto que elaboré entonces. Quizás pasaron ya 10 ó 15 años, pero me encuentro con alguna frase, alguna palabra o alguna canción que me remite a la manera como yo estaba en ese momento. Por eso digo que los cuentos van quedando como si fueran un diario”.